María Marieta: cuento infantil de toda la vida




Érase una vez una niña que se llamaba María, aunque todos la llamaban Marieta. Un día, la mamá de Marieta la mandó a comprar higadillo de cordero, pero la pobre Marieta tuvo la desgracia de perder las monedas de camino a la tienda y, cuando estaba a punto de llegar, se dio cuenta, asustada, de que no las llevaba.

Casualmente, acababa de morirse una de sus tías abuelas, a la que María quería mucho, y pensó que su tía hubiera estado encantada de ayudarle, si se hubiera enterado de su problema; de manera que se las arregló para volver a casa sin que su madre la viera, cogió un cuchillo del cajón de la cocina y se fue para el cuarto de las alcobas, donde estaba pasando su última noche en casa su querida tía.

Consiguió sacarle un buen trozo de higadillo, que envolvió luego en papel de estraza que se había llevado ya de la masadería.

María le dio el higadillo a su madre con cierto miedo, pero ésta no se dio cuenta de que no era de cordero, de manera que todos cenaron muy a gusto; todos, menos Marieta, que no cenó, con la excusa de que le dolía la tripa.

Como todas las noches desde que era la única hija de la casa, María se acostó sola en su habitación, la más cercana a la escalera. Sus hermanas mayores ya no vivían en casa y, por tanto, no podían dormir juntas, pues la una se había casado recientemente con el más guapo mozo del pueblo, y la otra se había metido en un convento, como era habitual en su familia.

Le costó un rato dormirse, al fin lo consiguió pero, al poco rato, la despertó una voz que decía:

-¡María, Marieta...! ¡Devuélveme la asadurica que me quitaste ayer!
-¡María, Marieta! ¡Que estoy en el décimo escalón!

Marieta reconoció la escalofriante voz como la de su tía abuela, aunque desfigurada por el rencor, y pensó que, quizás, la había creído demasiado generosa.

Se metió hasta los pies de la cama y se tapó completamente con la colcha, horrorizada, pero tuvo poco tiempo de respiro, porque al poco rato volvió a oir:

-¡María, Marieta...! ¡Devuélveme la asadurica que me quitaste ayer!
-¡María, Marieta...! ¡Que estoy en el octavo escalón!

María no se atrevía ni a moverse, se iba encogiendo más y más sobre sí misma y se apretaba con todas sus fuerzas los oídos, pero seguía escuchando a su tía cada vez más cerca. Su tía iba repitiendo la misma letanía cada escasos segundos, a la vez que iba subiendo escalones.

Cuando su, hasta el momento, queridísima tía le advirtió de que estaba en el primer escalón, María estuvo a punto de morirse de miedo.

Y, entonces, oyó por última vez:

-¡María, Marieta...! ¡Devuélveme los higadillos que me quitaste ayer!
-¡María, Marieta...! ¡Que te agarro de los pelos!

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El narrador del cuento debe agarrar por los pelos al sufrido oyente al mismo tiempo que pronuncia la última frase.

Y cuentico contao, por la chimenea se ha escapao.

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Fuente: recuerdos de mi infancia. Yo me acuerdo de cuando me lo contaba mi hermano Antonio que me hacía pasar más miedo del que pasaba Marieta.

Ilustración: mi hijo Jorge. Y muchas gracias a Teresa Alonso por enseñarme ese frase final tan maja.