Garbancito (Cuento)

Había una vez un niño muy pequeño, tan pequeño que a veces incluso sus padres no lo veían y lo pisaban. Por eso, porque era más pequeño que un garbanzo, lo llamaban Garbancito. Y, para que se dieran cuenta de que estaba ahí, muchas veces, Garbancito cantaba:

“Pachín, pachín, pachán
mucho cuidado con lo que hacéis
pachín, pachín, pachán
a Garbancito no piséis.”




Un día, la mamá de Garbancito le dijo: “Garbancito, toma esta cestita con una cazuelita de sopa y ve a llevársela a tu padre que está en el campo.”

Entonces, Garbancito se fue por el camino, cantando, como hacía siempre: “Pachín, pachín, pachán…” Pero…, de repente, empezó a llover. Tanto llovía, que Garbancito decidió que tenía que buscar refugio, y se escondió debajo de una col, en un huerto que había al lado del camino. Pero, ¿qué pasó…? Que apareció por allí una vaca que estaba pastando tranquilamente, se metió dentro del huerto y comió y comió y comió. Hasta se comió la col donde estaba Garbancito y, sin darse cuenta, se lo merendó también a él.

La tarde iba pasando y, cuando ya era la hora de cenar, el padre volvió a casa. Al verle volver solo, su mujer le preguntó: “¿Dónde está Garbancito?” En ese momento, el papá se alarmó muchísimo: “¿Pero cómo que dónde está si yo no lo he visto en todo el día?” Y así, se dieron finalmente cuenta los dos de que Garbancito había desaparecido por el camino al campo. Salieron los dos de casa desesperados llamando a gritos a su hijo: “¡Garbancito, Garbancito, ¿dónde estás?!” Repitieron esta pregunta mil veces, acercándose al campo por el mismo camino que había recorrido, en parte, Garbancito.

Cuando ya estaban roncos y creían que no podrían gritar más, oyeron una débil vocecita a lo lejos, la de su hijo, que contestaba:

 “En la tripa del buey
que ni llueve ni truena ni nada se ve”

 Pero, al principio, no sabían de dónde venía la voz, con lo que, durante un buen rato, continuaron, con gran esfuerzo, diciendo: “Garbancito, ¿dónde estás?” Y él seguía respondiendo lo mismo, todas las veces:


 “En la tripa del buey
que ni llueve ni truena ni nada se ve”

Cada vez le oían más claramente. Hasta que, por fin, descubrieron al buey, y vieron que la voz salía de dentro de él. Se pusieron muy contentos, viendo que su hijo seguía vivo, pero ahora venía lo difícil: ¿Cómo sacarlo de ahí?

Entre los dos, tuvieron una gran idea: le dieron de comer mucha hierba a la vaca, hasta que tanta y tanta comió, que se le revolvieron las tripas, y se echó un gran pedo. A la vez que el pedo, salió también Garbancito. Como podemos suponer, Garbancito no olía muy bien, así que se lo llevaron a casa y lo pusieron a lavar en el lavadero.





Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Fuente: recuerdos de mi infancia. Ilustraciones de mi hijo Alberto.

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