La cabra montesina (Cuento)


Había una vez una mamá que vivía en su casa del pueblo con sus tres hijas. Un día, mandó a la más pequeña, Luisita, a la falsa, a buscar unas judías secas para hacer la comida. La niña comenzó a subir por las escaleras de la falsa y, cuando llegó al primer rellano, se encontró con una cabra montesina que le dijo con su extrañísima voz:

-Yo soy la cabra montesina
cabra de montes y valles
que me como a los niños
a pares.

Y, ¡ñam! Se la comió de un bocado.

Pasaba el tiempo y, como la niña no bajaba, la madre le dijo a la mediana:
-Natividad, sube a la falsa a ver por qué no baja tu hermana.
Así pues, la segunda hermana siguió los pasos de la primera y, al llegar al segundo rellano, se encontró con la cabra montesina que, meneando sus largas barbas, le cantó:

-Yo soy la cabra montesina
cabra de montes y valles
que me como a los niños
a pares.

Y, ¡ñam! Se la comió de un bocado.

Y de nuevo, como tampoco bajaba la segunda hija, mandó a la mayor:
-Guadalupe, anda a buscar a tus hermanas y baja rápidamente con ellas y con las judías y, si no, despídete de ir esta tarde a bañarte al barranco.
Guadalupe subió a toda prisa, pues lo que más le gustaba en la vida era meterse en el agua, pero, al llegar al último rellano, se encontró con la cabra montesina, que ya estaba gorda como un tocino bien cebado, y que, babeando, pues pensaba continuar con el festín, le recitó:

-Yo soy la cabra montesina
cabra de montes y valles
que me como a los niños
a pares.

Y, ¡ñam! Se la comió de un bocado.

Al ver que no bajaba ninguna de las niñas, la madre comenzó a preocuparse seriamente y decidió subir ella misma a la falsa para descubrir el motivo de tanta tardanza. Lo hizo muy despacito, y sin hacer ruido, ya que pensó que algo terrible podría haber sucedido. Así, llegó hasta la falsa sin que la cabra se enterara y, asomándose con mucho sigilo, vio al fondo a la cabra, larga en el suelo, bocarriba, con la tripota hinchada, haciendo lentamente la digestión tras la sabrosa y abundante comida que había ingerido.
Entonces bajó, primero muy despacio para no despertar a la cabra, y después a toda velocidad, como un rayo, a la calle, a pedir ayuda.

Primero se encontró con el cura del pueblo. Le contó lo sucedido y le rogó, de rodillas, que fuera con ella. El cura le pidió a un colega, de otro pueblo cercano, que lo acompañara. Así pues, llegaron los dos a la casa, la madre les indicó dónde estaba la falsa, subieron los dos, desarmados, y… ¿Qué pasó?
Pues que se encontraron con la cabra, que ya había terminado su digestión y estaba de nuevo hambrienta y que les dijo lo que ya sabemos:

-Yo soy la cabra montesina
cabra de montes y valles
que me como a los curas
a pares.

Y, ¡ñam! Se comió a la pareja de curas de un bocado.

Viendo que tampoco bajaban, la mamá volvió a salir a la calle. En este caso buscó a una pareja de la guardia civil, pensando que al ir armados, quizás podrían acabar con la cabra. Pero la historia se repitió. Y cuando la cabra los descubrió:

-Yo soy la cabra montesina
cabra de montes y valles
que me como a los guardias
a pares.

Y, ¡ñam! Se comió a la pareja de guardias de un bocado (con pistolas incluidas)

La madre ya estaba desesperada porque creía que nadie podía acabar con la cabra montesina y salvar a sus hijas cuando, de repente, apareció encima de la mesa de la cocina una hormiguita que había estado al tanto de todo lo que había pasado y le dijo:
-Yo puedo salvar a tus hijas. Si me das tu permiso, subiré a la falsa y lo haré.
La mamá se quedó muy sorprendida y no sabía qué decir, ya que veía muy pequeñita a la hormiga y dudaba de que pudiera hacer algo realmente. Pero dado que no tenía nada más que perder y ninguno de los poderosos le había solucionado el problema, decidió darle una oportunidad:
-Sube pues, hormiguita y muchas gracias por tu ofrecimiento.

Llegó la hormiga hasta la falsa, hasta donde estaba la cabra descansando de nuevo, con la tripa como un bombo y, como era tan pequeñita, y no hacía nada de ruido, pues la montesina ni se enteró. Se subió a su lomo y empezó a hacerle cosquillas por todo el cuerpo, por las patas, por la cabeza, por la tripa… Tantas cosquillas le hizo que la cabra empezó a reír como una loca y a moverse de aquí para allá hasta que, al final, de alocada que iba, se cayó por la ventana de la falsa hasta la calle. Allí se reventó, y salieron todos los que estaban dentro, sanos y salvos: las tres niñas, los dos curas y los dos guardias civiles.

La madre se puso contentísima por hacer recuperado a sus hijas y le dijo a la hormiga:
-Pídeme lo que quieras que te lo daré. Me has devuelto a mis hijas que son lo más importante para mí.
La hormiga le dijo que ella no necesitaba ni quería nada. Pero la madre insistió:
-Entonces, te daré un saco de trigo, para que no pases hambre durante el invierno.

Pero la hormiga le contestó:
-No cabe tanto en mi granerito
no muele tanto mi molinillo.
-Te daré medio saco de trigo.
-No cabe tanto en mi granerito
no muele tanto mi molinillo.
-Te daré un puñado de trigo.
-No cabe tanto en mi granerito
no muele tanto mi molinillo.
-Pues te daré 10 granos de trigo.
-No cabe tanto en mi granerito
no muele tanto mi molinillo.
-De acuerdo, te daré un grano de trigo
-Sí cabe tanto en mi granerito
sí muele tanto mi molinillo.

Y, a partir de entonces, desaparecida la cabra montesina, fueron todos felices y comieron perdices. Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.


[Fuente: recuerdos de infancia. Cuando me contaban a mí este cuento siempre me imaginaba que se desarrollaba en mi casa, en las escaleras de madera que llevaban a la falsa y en la propia falsa. Después pasaban días hasta que podía subir sin miedo.]