Viaje al fondo del mar

Este sí que es un juego de toda la vida, pues yo me acuerdo de jugar a él cuando tenía muy pocos años, cuatro o cinco. La base era la cosechadora de casa de D. J. , que tenía un tubo para sacar el trigo muy apropiado para este juego.

Servía de tobogán para que toda la tripulación bajara al fondo del mar. Y ahí la esperaban los temibles monstruos entre los que se encontraba mi hermano mayor que alzaba como nadie los brazos hacia arriba a la vez que profería unos tremendos gritos que asustaban a cualquiera, al menos a mí. Y ya no recuerdo nada más de este juego pero... ¿Para qué quiero más? Era tan emocionante que todavía no se me ha olvidado.





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Me informa mi fuente en materia de viajes al fondo del mar de que el submarino era de Casa de Buey, aunque tenía su base en la era de Don José. Y, también, de que el juego estaba basado en una famosa serie de TV de la época que, por supuesto, no veíamos en la tele de casa pues no teníamos todavía, sino que los mayores y más altos la veían a través de la ventana del bar pero desde la calle. Los más pequeños no la veíamos de ninguna manera, pues no llegábamos a asomarnos por esa ventana. También he de decir que esto no supuso ningún trauma para mí pues ni siquiera lo recuerdo... Ahora bien, lo que sí supuso un trauma fue llegar un día a la era y comprobar que el submarino había desaparecido. Y fue para siempre.


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He recibido una nueva actualización de la información de la misma fuente que he citado antes: el submarino era del modelo antiguo. Era una mezcla de segadora y trilladora. Así pues, lo que tiraba por el tubo -cuando no eran críos- eran sacos de trigo. De ahí que el tubo-tobogán llegara casi hasta el suelo, lo cual nos venía muy bien cuando nos lanzábamos a cazar monstruos (o a ser cazados).

Ésta era una duda que me había acompañado durante toda mi vida, hasta este momento en que me la ha despejado mi fuente: ¿por qué nos tirábamos por el tobogán del submarino  y no sufríamos daño alguno cuando todos los toboganes de estas características que yo conocía terminaban muy arriba, a dos o tres metros del suelo (a ojo de buen cubero)?

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Fuente: recuerdos de mi infancia; ilustración de mi hijo, Jorge Borderas.